Textura del segurito

“Lo único seguro es que no hay nada seguro” y con eso se puede vivir.

La semana pasada entraron a mi teléfono algunas llamadas de conocidas instituciones bancarias en las que me ofrecieron tres diversos seguros por ser un “cliente distinguido”, ya veremos qué tipo de distinción es ésa.

La primera oferta correspondía a un “seguro de desempleo” con el cual podría prevenir la falta de pago al banco, por supuesto –en el caso de perder mi fuente de ingreso o tener algún accidente o enfermedad incapacitarte que me impidiera trabajar–, así tal seguro cubriría los pagos mínimos mensuales de mi crédito por un periodo no mayor a 6 meses, lo que según sus palabra me permitiría vivir con tranquilidad y seguridad. La cosa es que hoy, quien pierde un empleo no lo recupera, bien dice Hannah Arendt “vivimos en una sociedad de trabajo donde no hay trabajo”, pues el puesto se elimina sea por recorte presupuestal, sea porque en el lugar del empleado ahora hay una máquina.

Al día siguiente, el teléfono volvió a sonar más o menos a la misma hora; esta vez me ofrecieron un “seguro de asistencia en el hogar” aderezado de “servicios de asistencia en el camino”, el seguro incluiría ciertos grados de protección y como parte del servicio el envío de plomero, pintor, carpintero o mecánico, grúa y cualquier otra forma de mano de obra que yo requiriera, el costo de la reparación y los materiales no estarían incluidos, ¡claro está!

La tercera llamada, ¡tercera!, fue la que me dio la certeza de cuál sería el tema de la “Textura” este fin de semana. Ahora se trataba de un “seguro contra cualquier tipo de accidente” que pudiera sufrir, ni bien el vendedor había iniciado a recitar su “script” lo detuve justo cuando enumeraba aquello que el seguro cubriría: un seguro para prevenir quedar paralítica.

Sin duda que eso, menos que eso y peores cosas podrían ocurrirme, hasta nuevo aviso no tengo ningún blindaje especial, pero una cosa es segura, la vida se torna más insegura entre más seguros existan y compremos.

La inseguridad que hoy padecen los humanos –no se trata de la inseguridad del “narco” en las calles– es la inseguridad propiciada por tanta seguridad en torno a la vida. Algunos jóvenes e incluso los no tan jóvenes queda paralizados ante la consigna de estar seguros antes casi cualquier movimiento y no hay lugar para el riesgo que implica vivir una vida.

Pasa inadvertido que la prevención produce lo mismo que pretende prevenir. Nunca hubo más embarazos que cuando se introdujeron en la escuela programas preventivos. ¡La prevención da información e ideas!

Acontecimientos
Las formas de vida humana requieren del acontecer cotidiano. Acontece que un día nacemos, otro día ¡nos enamoramos!, y un día de tantos, morimos… Con la muerte no se negocia, es contingencia de la vida.

El acontecimiento es un choque, un impacto que nos aturde, no hay teoría de un acontecer pues no ha acontecido. Acontece precisamente lo que es imprevisible, impensable. Un acontecimiento está bajo el registro de la experiencia y por lo mismo carece de todo carácter prometeico: no puede preverse antes de que suceda.

El Estado mexicano no ofrece un seguro para el ciudadano contra el desempleo, por ejemplo, ya ven de eso se encargan ahora los bancos... El Estado se consagra cada vez más de suministrar sólo la protección física: campañas contra el dengue, la conjuntivitis, la obesidad, la delgadez, el cáncer, el consumo de drogas, un vasto despliegue de programas preventivos y de seguridad. Para muestra, el sector educación: que va de aquel programa del presidente Zedillo “Ver bien para aprender mejor” al de “Mochila segura” de Calderón.
Prometeo, el audaz y previsor, no tiene el perfil para dibujar los trazos del acontecimiento, Pro-meteo, es el que comprende de antemano, el que prevé. En todo caso quizá Epimeteo, su hermano, sea más adecuado. Epimeteo es el que comprende después de que las cosas han ocurrido, es el que aprende, después de haber pasado la experiencia.
Nos ha sido expropiada la experiencia, por ejemplo hoy miramos el dolor como dato, pero no como experiencia. Y por eso cuanto más informados estamos del dolor y de la miseria del mundo, del sufrimiento de tantos millones de seres humanos cuyos rostros de sufrimiento vemos escondidos detrás de las pantallas de nuestros televisores, más nos alejamos de la experiencia del sufrimiento de nuestros semejantes. Hoy tenemos no hay lugar para estar tristes, no hay lugar para la angustia, la culpa, ni el dolor; ésas ya no suelen ser experiencias, hay una urgencia por darle la vuelta a la página y pasar a otra cosa.
Precisamente de una experiencia se aprende únicamente a través y después –nunca antes– de que se ha padecido; la experiencia excluye toda posibilidad de prevención. La partícula “per” presente en empeiria, ex –per-ientia, es un ir a través de, un por venir de… esa partícula la encontramos también en perito, “per” en donde sugiere riesgo o pasar a través del peligro. El acontecimiento es una determinada forma de experiencia.
Frente el avance del conocimiento científico y el mundo hiperinformado, los niños y jóvenes no tienen modo de acercarse a este con la experiencia de su vida cotidiana, entonces la vida no tiene nada qué enseñarles. Quizá por eso, para algunos el único horizonte posible es la droga, en la cual encuentran un espacio donde no hay un saber previo y donde correr riesgos. La eclosión de la drogadicción tiene que ver con eso.
La vida privada (ver “Textura” del 13 y 20 de octubre) protegía y preservaba la vida biológica, al tiempo que preparaba para encarar los riesgos y peligros de la misma, pues la vida es pura incertidumbre y nadie tiene garantizado que estará vivo al instante siguiente.

En su texto Serenidad, Martín Heidegger indicaba desde el verano de 1955 que en el encuentro de los premios nobeles de medicina, química y física firmaron en Lindau (donde cada año se reúnen desde 1951) un manifiesto que declaraba que: “la ciencia es el camino que conduce a una vida más feliz para el hombre” y vaticinaban “el día en que la ciencia podría descompo¬ner o construir, o bien modificar la sustancia vital a su arbitrio”. Y ese día llegó. Heidegger se mostró entonces sorprendido de que nadie pareciera registrar el peso de tal afirmación, en la cual veía un peligro mayor que el de la bomba atómica.

Unos años después, en los años 60s, Michel Foucault señalaba que la entrada de “la vida” en la historia correspondía al surgimiento del capitalismo, y nos advertía que “la vida“ sería el reto de la biopolítica y de las nuevas estrategias económicas y de mercado.
El Estado, la ciencia y el mercado se casaron y armaron una vida “con certidumbre”, “una vida segura y feliz”, al tiempo que la sociedad en la que vivimos gesta un sujeto estúpido para arreglárselas con la incertidumbre de la vida.
La biopolítica, tiene como función principal la producción, el aumento y la optimización del cuerpo y de la vida, pero no cómo vivirla.

La biopolítica al hacerse cargo de la vida generó exclusión al determinar la normalidad y la anormalidad, creó estrategias de control y programas preventivos en donde rápidamente se deslizaron las nociones de antecedente y riesgo, “riesgo a sí mismo” y “riesgo a terceros”.

Con el fin de prevenir la incertidumbre, el riesgo y tener seguridad proliferaron entonces los seguros en una vasta gama de rubros: pasando de la seguridad industrial hasta los seguros de vida, de automóvil, del hogar, de gastos médicos, etc., por los que hoy nos vemos invadidos. El progreso requirió de la prevención y de la seguridad.

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